LA PALABRA QUE NOS DEFINE






No estoy triste. 
Tal vez mi tristeza sea talismán, escudo, verbena o un antifaz que uso para nombrarme a oscuras,  usando los ojos como el atrapasueños que engendra la luz de la nada. 
Mi dolor ronca como animal en celo moviéndose estrepitoso sobre mi cuerpo, casi como una cópula gloriosa entre el misterio que puedo ser y lo predecible que soy cuando me miran.
 Engendro el mestizaje para habitar como un caníbal que come gelatina roja imaginando que absorbe su propia sangre.
Mi amor es una bulimia nerviosa que consiste en devorarse frente a los otros y vomitarme cuando estoy a solas. Cuando me digo que la noche es una pepa que nace en mi ombligo y que tengo miedo de ser como un árbol inmortal que jamás se ha movido del sitio de la primera pertenencia.
Estoy triste pero no importa.
Uno se define la misma cantidad de veces que necesita olvidarse para practicar el rito de la amnesia. Amparamos a la culpa que ejerce sobre nosotros el oficio de una curandera que irriga la enfermedad para sanarnos. Practicamos la contradicción porque solo lo ambiguo nos ha definido con total certeza.
Estoy triste pero nada importa.
Repetimos la negación del ser porque es el único credo que nos ha servido en tiempos de confusiones.
-Ese rostro que te mira sonriente a través de las lágrimas eres tú-  te repites una y otra vez, para no exiliarte al tratado de la derrota que tantas veces te ha servido.
No estoy triste.
Miro el papel y comprendo que la tristeza es un abismo de ataraxia.


Comentarios

Entradas populares